El último refugio
Defendiendo los bosques ancestrales de los Ayoreo Totobiegosode
- Los Ayoreo han librado una lucha de décadas para preservar sus tierras ancestrales y su forma de vida contra agricultores, misioneros y la incapacidad del Estado paraguayo de mantener su compromiso de proteger su territorio.
- Su hogar, el Gran Chaco, se encuentra en medio de una crisis de deforestación impulsada por la ganadería. La meseta de las tierras bajas está perdiendo cobertura forestal más rápidamente que cualquier otro lugar del mundo.
- El año pasado, Earthsight expuso los vínculos entre la destrucción de tierras Ayoreo y algunos de los fabricantes de automóviles más grandes del mundo a través de cadenas internacionales de suministro de cuero. Las autoridades paraguayas no han investigado las pruebas de ilegalidades proporcionadas por Earthsight, incluso después de que una eurodiputada europea y un grupo de organizaciones de la sociedad civil se unieran a nosotros en un llamado público a la acción.
- En el último artículo de nuestra serie Grand Theft Chaco, trazamos la larga lucha de los Ayoreo contra las fuerzas externas que amenazan su propia existencia y brindamos una actualización sobre los desarrollos en Paraguay desde que se publicó nuestro informe.
Tagüide Picanerai lleva una camiseta camuflada, que se confunde con los árboles espinosos y el matorral polvoroso que se divisa detrás de él. A sus pies, al lado de un círculo carbonizado de tierra, yace un puñado de huesos. Son los restos postprandiales de una tortuga del Chaco, considerada una exquisitez por los Ayoreo Totobiegosode, el pueblo indígena al que pertenece Picanerai.
“Hoy por hoy, hay sin fines de amenazas,” dice, mirando directamente a la cámara. “Es difícil mirar hacia el futuro con la destrucción del territorio.”
Hemos venido en coche desde el sitio donde Picanerai creció, un pequeño pueblo en el remoto oeste de Paraguay, un puesto de centinela establecido por los Ayoreo en la frontera occidental de sus tierras ancestrales. Más allá, se vislumbra una expansión de bosque protegido del tamaño del condado de Norfolk en Inglaterra. Es un territorio creado con la intención de dar albergue al último pueblo indígena de las Américas fuera de la Amazonía que vive en aislamiento voluntario. En su vida entera, Picanerai no se ha reunido con ninguno de estos grupos nómadas, aunque su padre vivía una vez entre ellos. Ahora, él y su comunidad trabajan para protegerlos, proveyendo la primera línea de defensa contra la colonización y destrucción del frágil mosaico de ecosistemas que constituye su territorio ancestral.
“La mayor amenaza es la deforestación,” explica Picanerai. “Aquí se deforestan en primer lugar para poner ganadería, ganadería extensiva.”
La tierra de los Ayoreo se encuentra en el epicentro de una crisis global. Está en la mira de una fuerza que arrastra los bosques húmedos, extingue especies, erosiona culturas e impulsa los cambios climáticos que – de acuerdo con los pronósticos más pesimistas – tiene el potencial de causar un colapso social y económico. El nombre de esta fuerza es la agroindustria, que deja una estela de destrucción en los bosques del mundo, diezmando la biodiversidad e inyectando carbón a la atmosfera.
El Chaco paraguayo – parte de una vasta planicie de tierras bajas llamada el Gran Chaco, que cubre partes de Paraguay, Bolivia, Argentina y Brasil – pierde bosques a una tasa más rápida que cualquier otra parte del mundo. Entre 2001 y 2019, desaparecieron más de 45.000 kilómetros cuadrados – un área de bosque más grande que Suiza, los Países Bajos o Dinamarca. Esta destrucción ocurrió con el único propósito de crear espacio para una sola industria: la ganadería.
Pero la historia de la lucha de los Ayoreo para proteger su territorio empezó mucho antes de 2001. Es una historia que entreteje a predicadores jesuitas, agricultores menonitas y misioneros fanáticos y el poder adinerado de la agroindustria internacional. Y hoy en día, mientras la crisis climática toma impulso a lo ancho del planeta, la lucha de los Ayoreo ha llegado también a un punto crítico.
“Nuestra preocupación más grande hoy en día es cuando vemos como los ganaderos están destruyendo nuestro territorio entero… si cortan todo el bosque y todos los árboles, ¿que pasará con los Ayoreo que siguen viviendo allí? ¿Dónde encontrarán su comida, la miel que buscan en los troncos de los árboles y los animales silvestres que comen las raíces de ciertas plantas? Si ya no están estas plantas, morirán los animales y todos los otros animales morirán también, y con ellos las personas. Morirán de sed porque todo se está talando y quemando. Todos los días, miramos con tristeza como los hombres blancos destruyen el bosque y, con ello, como destruyen nuestro futuro”
- Mateo Sobode Chiquenoi, antiguo presidente de la Unión de Nativo Ayoreo del Paraguay [1].
Colonialismo en el siglo 20
Durante muchos siglos, los Ayoreo – una agrupación suelta de pueblos indígenas seminómadas que hablan la lengua Zamuco – han deambulado un territorio de tres millones de hectáreas en el corazón de Suramérica. Ubicado en el norte del Chaco, su hogar consiste de un tapiz de ecosistemas de tierra baja: densos bosques espinosos, sabanas salpicadas de palmeras, matorrales de cactus y salares.
Debido al aislamiento del Chaco, los Ayoreo evitaron lo peor de la violencia y las enfermedades que devastaban a la América indígena después de 1492. Intentos de los jesuitas a comienzos del siglo XVIII de convertir a estos grupos fueron abandonados rápidamente y las primeras incursiones serias al territorio Ayoreo demoraron 150 años más, cuando los primeros colonos llegaron a la región. Desde la década de los 1880, pioneros empezaban a instalar fincas ganaderas y curtidurías, entre el polvo y las espinas del Chaco, precipitando de esta manera los primeros encuentros pasajeros con los grupos Ayoreo[2].
Décadas más tarde, después de los trastornos de la Primera Guerra Mundial, una nueva ola de inmigrantes llegó al Chaco paraguayo. Estos fueron agricultores menonitas, miembros de una secta conservadora anabaptista con sus orígenes en Frisia, en los Países Bajos. Los primeros menonitas llegaron de Canadá a finales de los 1920, atraídos por promesas de apoyo estatal para personas que estuvieran dispuestas a “domar” la tierra salvaje del Chaco. Después, llegaron olas sucesivas de menonitas rusos, huyendo la hambruna, las durezas y las persecuciones de la desastrosa política de colectivización asociadas con Stalin[3].
Estos colonos menonitas trajeron consigo una fuerza que trasformaría las vidas de los pueblos indígenas del Chaco: el cristianismo evangélico.
El saqueo de almas
“Fueron los misioneros los que imposibilitaron que siguiéramos viviendo en nuestro territorio… Prohibieron nuestras canciones y nuestra cosmovisión. Dijeron que lo único que necesitábamos era creer en su Dios y que no necesitábamos nuestro territorio, pero no entendieron que vaciar nuestro territorio era vaciar todo nuestro sentido de ser ”
- Mateo Sobode Chiquenoi [4]
Después de establecer sus primeros asentamientos, los predicadores menonitas empezaron a perseguir a los grupos indígenas que vivían en las tierras silvestres que los rodeaban. Estos esfuerzos iniciales de los misioneros fueron esporádicos: los menonitas estaban ocupados con la lucha por subsistir en su nuevo hogar infernal e implacable, donde las temperaturas frecuentemente superan los 40 grados. Para muchos grupos Ayoreo, que solían habitar las regiones más remotas del norte paraguayo y del sur de Bolivia, era relativamente fácil evitarlos.
Pero todo esto cambió a comienzos de los años 60 con la llegada de una organización de la Florida, EEUU, la notoriamente agresiva Misión Nuevas Tribus. Determinados a encontrar nuevas almas a salvar, sus miembros identificaron como blanco a los grupos indígenas más remotos. Su contacto con los Ayoreo inició en 1966. Les dijeron que el fin del mundo se acercaba y que pronto los bosques serían destruidos y que solo sobrevivirían si se mudaran a los asentamientos misioneros [5].
Tradicionalmente, los Ayoreo están divididos en varios subgrupos, cada uno viviendo de forma nómada en un territorio definido del norte del Chaco[6]. Lentamente, los diferentes proyectos misioneros, que competían entre sí en su empeño, convencieron a la mayoría de los Ayoreo a abandonar sus vidas en el bosque – ayudado, claro está, por las enfermedades y las perturbaciones ecológicas que venían causando los colonos desde el siglo XIX.
Un subgrupo de los Ayoreo, no obstante, llegó a ser notorio por su fiera resistencia al mensaje evangélico. Estos eran los Totobiegosode, cuyo territorio abarcaba la parte más al sur del territorio.
En la década de los 1980, la Misión Nuevas Tribus incrementó sus esfuerzos para convertir a los Totobiegosode. Enviaron miembros de grupos Ayoreo vecinos – principalmente los Garaigosode y los Guidaigosode – para predicar a los Totobiegosode. Establecieron una estación misional, llamada Campo Loro, cerca al territorio Totobiegosode, para alojar a los recién convertidos.
Pero los misioneros ignoraban completamente las tensiones y tradiciones diplomáticas que definían las relaciones entre los diferentes grupos Ayoreo. No es ninguna sorpresa que esto condujo al desastre. En un caso, en 1986, habiendo visto a un asentamiento Totobiegosode temporal desde una avioneta[7], misioneros transportaron a un grupo de 34 Ayoreo Guidaigosode para que predicaran a los Totobiegosode. En menos de 15 minutos de haberse reunido con sus congéneres Ayoreo, cinco de los Guidaigosode habían muerto[8].
Indiferentes a catástrofes de este estilo, los misioneros perseveraron. Para comienzos de la década de los 1990, muchos Ayoreo Totobiegosode, que antes habían sido autónomos, vivían una vida sedentaria de pobreza y discriminación en austeros asentamientos misioneros como Campo Loro.
Asentados en estos lugares, representaban una conveniente fuente de trabajo barato para las esparcidas fincas menonitas que proliferaron en las tierras hacia el sur. Durante las décadas subsiguientes, dichas comunidades – muy unidas – habían, con enorme esfuerzo, establecido empresas ganaderas productivas en las tierras silvestres del Chaco. Hoy en día, la cadena de polvorientos puestos fronterizos menonitas fundados durante los años 20s, 30s y 40s – Loma Plata, Filadelfia y Neuland – componen uno de los más ricos centros económicos de todo Paraguay. Conjuntamente, las cooperativas menonitas de ganadería producen alrededor de la tercera parte del total de exportaciones cárnicas del país, con un valor total anual de más de un billón de dólares [9].
“Era como si los misioneros hubieran utilizado su evangelización para limpiar el territorio que pertenecía al pueblo Ayoreo. Esto les facilitó a los ganaderos comprar casi toda nuestra tierra, y unos pocos blancos asumieron control de nuestro territorio así como así”
- Mateo Sobode Chiquenoi[10]
Volviendo a casa
En septiembre de 1991, una nota apareció en las contratapas de los periódicos paraguayos. Un agricultor menonita, que estaba ampliando su finca, había atravesado el asentamiento de un grupo de Totobiegosode “no-contactado” con su excavadora, obligando a las familias a huir. Para la mayoría de los paraguayos esta historia era pasajera. Pero para los Ayoreo, estos pocos párrafos en la prensa estallaron una revolución. Envalentonó a inquietos Totobiegosode que vivían en la misión de Campo Loro a luchar por el control de su territorio, con la convicción que la única manera de proteger a sus familiares que seguían en el bosque era volviendo a ser dueños de la tierra[11].
Su decisión coincidió con una enorme reorientación política en Paraguay. En 1989, tras 35 años de vigilancia, tortura y asesinato, el dictador de la época de la Guerra Fría, General Alfredo Stroessner, fue finalmente obligado a abandonar el poder. Su régimen fue reemplazado por una nueva constitución progresista que recibió elogios internacionales por la expansión de derechos indígenas[12].
En 1993, respaldada por estos nuevos derechos constitucionales, una delegación de representantes de los Totobiegosode – la mayoría de los cuales nunca habían visto una ciudad – viajó a Asunción para presentar su reclamación de tierra. Advirtiendo que su territorio estaba bifurcado por una vía, decidieron perseguir el objetivo de titular 550.000 hectáreas de su lado oriental – un área del tamaño aproximado del condado de Norfolk en Inglaterra, que fue densamente marcado por señales de la presencia de grupos aislados[13].
En 1997, la lucha arrojó su primera victoria concreta. El Instituto Nacional de Desarrollo Rural y de la Tierra de Paraguay transfirió el primer título dentro del área a los Totobiegosode. El mismo año, un grupo de 12 familias Totobiegosode que vivían en Campo Loro decidió salir de la estación misional para establecer a Arocojnadi, el primero de dos nuevos poblados Totobiegosode que se encuentran ahora dentro del área. El segundo, Chaidi, fue establecido en 2004.
“Cuanto mayor es la extensión de nuestro territorio, mayor también es nuestra mirada hacia el futuro,” explica Tagüide Picanerai, quien creció en Chaidi. “Porque sin territorio nosotros no podemos proyectarnos como cultura indígena: mirar hacia adelante y construir desde nuestra historia, desde nuestro territorio, para nosotros y para nuestros hijos que van a vivir en estos lugares.”
En 1998, el Ministerio de Cultura paraguayo emitió una resolución que afirmó la importancia de las tierras tradicionales de los Totobiegosode[14]. Tres años después, reconoció formalmente al territorio de 550.000 hectáreas, nombrándolo Patrimonio Natural y Cultural Ayoreo Totobiegosode (PNCAT).
Sin embargo, la efectividad de los reconocimientos estatales de esta índole era limitada si las empresas ganaderas seguían siendo dueñas de la tierra. Esta lucha para obtener los títulos continuó en las cortes paraguayas: en 2001, dos títulos adicionales fueron trasferidos a los Totobiegosode, extendiendo su propiedad absoluta a 69.000 hectáreas. En el contexto de un país – e incluso de un continente – con una historia de abusos horripilantes contra sus habitantes indígenas[15], esto representa una recolección ciertamente notable de victorias.
Primer Contacto
Pero los Totobiegosode corrían contra el tiempo. Las empresas ganaderas perseguían títulos de las mismas tierras. En 2002, a pesar de las protecciones otorgadas al territorio por las resoluciones de 1998 y 2001, la empresa ganadera Yaguareté Porã, de propiedad brasileña, adquirió un título de 78.000 hectáreas dentro del PNCAT. De inmediato, la empresa trajo excavadoras, procediendo a limpiar vías y quemar vegetación. Ese mismo año, una investigación del Ministerio Público paraguayo encontró la existencia de la tala ilegal de especies protegidas en tierra Yaguareté como el palo santo, además de una “incursión incesante de topadoras” – actividades que se llevaban a cabo sin contar con ninguno de los permisos oficiales requeridos[16].
El impacto apocalíptico de estos procesos de deforestación sobre pueblos no-contactados fue vívidamente ilustrado en marzo de 2004, cuando un grupo no-contactado emergió del bosque.
El grupo – que consistía de siete hombres, cinco mujeres y cinco niños – fue visto por la primera vez por dos líderes Totobiegosode asentados que se encontraban trabajando en conjunto con asesores técnicos en el proceso de planeación de Chaidi, el segundo poblado Ayoreo que fue establecido en sus tierras ancestrales. Mientras recorrían el área buscando un sitio adecuado para construir un pozo, levantaron la mirada y vieron dos miembros del grupo, mirándolos a una distancia de unos 150 metros. Los Totobiegosode gritaron sus nombres, y los dos lados – uno que había dejado el bosque en los años 80 y otro obligado a hacerlo ahora – se reunieron. Los mayores se reconocieron y se abrazaron por la primera vez en dos décadas[17].
“Ellos salieron del bosque porque el medio de vida era cada vez más pequeño. El bosque, Eami como dicen los Ayoreo, era cada vez más pequeño, y cuando es más pequeño es más escaso también encontrar alimentos, ya sean los frutos de bosques o los animales que también los Ayoreo comen,” explica Picanerai.
El grupo del bosque decidió quedarse a vivir en el nuevo asentamiento de Chaidi. Un antropólogo estadounidense, Lucas Bessire, los visitaría en las semanas siguientes y escucharía sus relatos de los últimos meses que pasaron en el bosque. “Muchas veces fueron obligados a acampar en las franjas de matorral, de unos 15 metros de ancho, que habían sido dejadas para proteger los enormes pastajes del viento,” reportó. “Durante mucho tiempo se comunicaron únicamente a punto de silbatos; incluso los niños hablaban solo en susurros. Si veían la huella de una bota o escucharan las motosierras, huían lejos y rápido, dejando todo atrás.”[18] Al mismo tiempo, se secaban las fuentes de agua, en parte como consecuencia de la deforestación y en parte porque las empresas ganaderas fueron desviando los arroyos para irrigar las fincas recientemente construidas, hacia el sur.
A pocos meses de haber hecho el primer contacto, uno de los líderes del grupo, Esoi Chiquenoi, hizo un llamado a las autoridades paraguayas. “Cuando escuchábamos las topadoras teníamos mucho miedo,” dijo. “Corríamos y cambiábamos el guidai o el degui (campamento). Pedimos a las autoridades que no se toque el monte, que el monte quede, porque el monte nos da para vivir, y que se paren las topadoras.”[19]
Destruyendo el último refugio
La empresa ganadera brasileña, Yaguareté Porã, había siempre negado la existencia de grupos no-contactados dentro del PNCAT. Los eventos dramáticos de 2004 brindaron pruebas incontrovertibles de que esto no era así. Pero, a pesar de esto, la empresa no dejaba de talar árboles. La deforestación a baja escala continuaba en su propiedad hasta que, en noviembre de 2007, el Ministerio de Medio Ambiente le otorgó discretamente una licencia para deforestar 1.500 hectáreas de bosque y reemplazarlas con pastaje de ganado.
Este acto indignante expuso severas debilidades institucionales que socavan la credibilidad del Estado paraguayo. En el mismo momento en que concedía la licencia, el ministerio participaba en un foro – la “mesa redonda interinstitucional para la consolidación del PNCAT” – organizado por el Programa de Desarrollo de las Naciones Unidas (ONU) para analizar la reclamación de tierra de los Totobiegosode. En el foro participaron más de una docena de organizaciones privadas y públicas, además de representantes de los Totobiegosode. El ministerio concedió una licencia a Yaguareté dentro del PNCAT en el mismo momento que se llevaban a cabo dichas discusiones – sin consultar a ninguno de los participantes.
El otorgamiento de la licencia desencadenó en una catástrofe para los bosques de los Totobiegosode. Para finales de 2007, Yaguareté había deforestado 1.725 hectáreas. (Para poner esta cifra en contexto, una hectárea tiene aproximadamente el mismo tamaño de una cancha profesional de fútbol). La empresa seguía deforestando durante 2008, a pesar de varios llamados hechos por diferentes autoridades paraguayas – incluyendo el Consejo Nacional de Ambiente (CONAM) y la Contraloría General de la República[20]. Al mismo tiempo, una propiedad vecina dentro del PNCAT, cuyo título estaba en manos de la empresa River Plate SA, administrada por Herbert Spencer Miranda, también deforestó 3.600 hectáreas de bosque entre 2006 y 2008.
Frente a crecientes presiones, el Ministerio de Medio Ambiente revocó la licencia de Yaguareté en noviembre de 2008, pero a esas alturas Yaguareté ya había arrasado más de 2.000 hectáreas de bosque. En 2010, un tribunal administrativo impuso una multa de US$16.000 a Yaguareté por haber ocultado información sobre la presencia de grupos no-contactados durante la preparación de su evaluación de impacto ambiental. El Tribunal dictaminó que Yaguareté tendría que presentar una nueva evaluación de impacto ambiental antes de que se volviera a emitir una licencia – lo que implicaba que, debido a la presencia de grupos no-contactados, ésta no sería concedida. Pero a finales de 2013, ignorando la sentencia del tribunal de forma flagrante, el Ministerio de Medio Ambiente revalidó la licencia sin que Yaguareté hubiera entregado ninguna documentación nueva[21].
Esta revalidación de la licencia desató otra, desastrosa, ola de deforestación[22]. Los ganaderos brasileños destruyeron 5.500 hectáreas de bosque en 2014 y 2015. A pesar de los robustos términos de sus compromisos y resoluciones, el Estado paraguayo había fracasado rotundamente en su deber de proteger el territorio Totobiegosode.
Viviendo en aislamiento
Deforestación de este tipo constituye una amenaza existencial para los grupos Totobiegosode que habían logrado esquivar los misioneros y las excavadoras para seguir viviendo en aislamiento voluntario en los bosques del Chaco paraguayo. “Siempre vemos, cada mes , las señales de la presencia de nuestros hermanos en el bosque,” dice Picanerai. “Una de las señales que uno puede notar de la presencia de nuestros hermanos en el monte son cortes en los árboles. Ellos cortan los árboles para sacar la miel. O si no también fogatas que hay en el territorio.”
Desde 2004, estas señales han sido documentadas por la Iniciativa Amotocodie, una ONG que hace incidencia a favor de los derechos de grupos Ayoreo que viven en aislamiento voluntario. Debido al estilo de vida seminómada de los Ayoreo y el uso poco intenso de recursos asociado con sus tradiciones de cazar y recolectar y de cultivar unas pocas plantas en la breve estación lluviosa, pocos restos de su presencia son encontrados. Pero a pesar de esto, en las tierras silvestres del Chaco, estos indicios son inconfundibles: chozas abandonadas, huecos abiertos en árboles quebracho para extraer miel, marcaciones del clan grabadas en la corteza de los árboles.
“Hay muchas señales que tienen una edad comparable, lo que nos indica que hay varios grupos. Considerando la distancia entre las señales, y la simultaneidad en algunos casos de la generación de estas señales, estos rastros, uno puede determinar que hay más de un grupo, que hay tantos grupos,” dice Miguel Lovera, director de la Iniciativa Amotocodie.
Los análisis de la Iniciativa muestran que dichos indicios aparecen con regularidad en las áreas expuestas como resultado de la expansión de las fincas ganaderas, añade Lovera.
“Las operaciones de ampliación de esa frontera ganadera continúan con apoyo del Estado, con apoyo financiero de entidades privadas, de inversiones extranjeras, con la apertura de caminos, con la fragmentación de estas últimas zonas boscosas o de vegetación prístina que existen en el Chaco, todo esto los pone a ellos en una situación de muchísima vulnerabilidad.”
Como pueblos indígenas viviendo en aislamiento voluntario, los Totobiegosode (y cualquier otro subgrupo Ayoreo que pueda seguir habitando los bosques remotos del Chaco paraguayo[23]) se benefician de amplias protecciones en el marco del derecho internacional de derechos humanos. Un informe de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH - parte de la Organización de Estados Americanos, OEA, una entidad regional intergubernamental) publicado en 2013 enfatizó que este derecho se ejerce de manera consciente. Afirma el informe: “[Los pueblos en aislamiento no pueden ser considerados] ‘no contactados’ en sentido estricto, ya que muchos de ellos, o sus antepasados, han tenido contacto con personas ajenas a sus pueblos.”[24] Añade que “La mayoría de estos contactos han sido violentos y han tenido consecuencias graves para los pueblos indígenas, que los ha llevado a rechazar el contacto y volver a una situación de aislamiento…’.”
En adición, la ONU ha establecido que la acción de retirarse de contacto debe ser interpretada como una negación de consentimiento para cualquier actividad en los territorios de los pueblos indígenas. En 2012, la Oficina de la Alta Comisionada de Derechos Humanos de la ONU publicó directrices sobre la Amazonía y el Gran Chaco, recomendando que: “[l]as tierras delimitadas por los Estados a favor de los pueblos en aislamiento o en contacto inicial, deben ser intangibles …. no deberán otorgarse derechos que impliquen el aprovechamiento de recursos naturales.”[25]
Se internacionaliza el asunto
Frente a la incapacidad del Estado paraguayo de cumplir su compromiso de proteger el territorio de los Totobiegosode, éstos se pusieron en contacto con autoridades alternas: la ONU y la OEA. En noviembre de 2014, la Relatora Especial de la ONU sobre los derechos de los Pueblos Indígenas, Victoria Tauli-Corpuz, visitó a Paraguay para evaluar la situación. Su informe hizo un llamado al gobierno para que calificara la situación como una “emergencia” y adoptara medidas inmediatas para eliminar el riesgo de contacto no-deseado con grupos Ayoreo viviendo en aislamiento[26].
Sus advertencias, sin embargo, no lograron disuadir las empresas ganaderas. Yaguareté seguía tumbando el bosque a punta de excavadora, deforestando unas 2.000 hectáreas adicionales durante 2015.
Luego, en febrero de 2016, la CIDH ordenó que se diera estatus protegido al PNCAT. Esto detuvo el ritmo de deforestación dentro del PNCAT pero no lo frenó. Yaguareté taló 900 hectáreas en 2017, mientras más deforestación también ocurría en fincas en el centro y noroccidente del territorio[27].
En respuesta, en un intento de hacer cumplir las medidas cautelares de la CIDH, el Instituto Forestal de Paraguay (INFONA) emitió una serie de resoluciones en febrero de 2018, suspendiendo todos los planes de cambio de uso del suelo que habían sido otorgados a propiedades dentro del PNCAT. Esto eliminó cualquier ambigüedad acerca de la legalidad de la deforestación en el territorio: sin permiso válido del INFONA, la deforestación es indudablemente ilegal.
Grand Theft Chaco
Es en este momento que Earthsight aparece en la historia. Como revelamos en nuestra investigación Grand Theft Chaco, publicado tras una investigación que duró 18 meses, esta prohibición general no fue suficiente para parar las excavadoras. A través de un análisis de imágenes satelitales y del registro catastral de Paraguay, Earthsight identificó que extensas acciones de deforestación habían ocurrido en dos fincas después de que INFONA suspendiera los permisos.
Una de estas es una finca menonita, propiedad de la cooperativa Chortitzer, que deforestó 550 hectáreas entre junio y septiembre de 2019.
La segunda es Caucasian SA, una empresa ganadera brasileña, que tiene tierras en el oriente del PNCAT. Primero, Caucasian deforestó 2.100 hectáreas entre abril y octubre de 2018 antes de suspender sus operaciones tras una demanda legal presentada por los Totobiegosode. Sus excavadoras arrancaron de nuevo en menos de un año, destrozando otras 663 hectáreas de bosque entre septiembre y noviembre de 2019.
Documentamos también el grado de destrucción causado por la empresa Yaguareté Porã. Esta compañía brasileña ha destrozado casi 9.000 hectáreas de bosque Totobiegosode desde que el Ministerio de Medio Ambiente otorgó la primera polémica licencia en 2007. Diez por ciento de esa deforestación ocurrió después de que la CIDH dictara medidas de protección.
Nuestros investigadores luego rastrearían las cadenas de suministro que vinculan estas fincas con las gigantes corporativas cuya demanda es la causa final de la deforestación. Utilizando datos comerciales, investigaciones de campo y reuniones encubiertas con actores claves dentro de las cadenas de suministro, vincularon la destrucción ilegal de bosques de los Totobiegosode con algunas de los principales productores de automóviles europeos, incluyendo a BMW y Jaguar Land Rover.
En septiembre de 2020, publicamos nuestras conclusiones en un informe de 50 páginas, que compartimos con las autoridades paraguayas. Aunque el informe haya figurado en los titulares de la prensa paraguaya y en medios de alto perfil en otras partes del mundo, el gobierno paraguayo no ha reaccionado.
Las consecuencias nefastas de no actuar contra la impunidad de las empresas agroindustriales en el país serían sentidas pocas semanas después. Frente a los desastrosos incendios forestales que afectaban a todo el país, el gobierno declaró una emergencia nacional. Los incendios habían sido iniciados deliberadamente por ganaderos y cultivadores de soja, muchas veces ilegalmente. En respuesta a una enorme presión pública mientras el humo contaminaba las calles de la ciudad capital del país, ministros paraguayos prometieron medidas fuertes contra los responsables.
Una examinación breve de imágenes satelitales sugiere que los mismos ganaderos que habían sido nombrados recientemente por Earthsight constituirían un buen punto de partida para cualquier investigación. Las imágenes horrorosas revelaron enormes incendios en las fincas ilegales de Chortitzer y Caucasian dentro del PNCAT. Estos empezaron en las partes recientemente deforestadas por las excavadoras, pero se extendieron mucho más lejos. Uno de los incendios dentro de Caucasian fue tan grande que el viento llevó su humo unos 80 kilómetros.
Earthsight publicó su nueva evidencia, pero de nuevo no hubo ninguna reacción. Una vez más, no hubo respuesta de parte del gobierno aunque se defendió rápidamente unas semanas más tarde cuando Earthsight compartió los relatos de funcionarios gubernamentales dispuestos a compartir información reservada, que denunciaba corrupción dentro del Ministerio de Medio Ambiente.
"La deforestación ilegal y los incendios ocurridos en estas fincas dentro del PNCAT son la punta muy sucia de un iceberg de impunidad mucho mayor en el sector ganadero en Paraguay. Pero ofrecen una prueba perfecta de la voluntad real del gobierno para garantizar que el estado de derecho opere en sus bosques. Hasta la fecha, el gobierno no ha demostrado voluntad real de actuar."
En lugar de ordenar una investigación por la evidencia presentada por Earthsight sobre las violaciones de sus propias prohibiciones de deforestar dentro del PNCAT, el INFONA se ha intimado con los responsables. Recientemente firmó un acuerdo con un gremio del sector ganadero cuyo miembro más grande es Chortitzer, la empresa menonita que destrozó ilegalmente a 550 hectáreas de bosque dentro del PNCAT. En este acuerdo, el presidente de INFONA describe las empresas ganaderas como “fiel[es] ejemplo[s] de desarrollo sostenible.”
Ante esta inercia, Earthsight – junto con una coalición de ONGs paraguayas e internacionales – escribió una carta a un comité del Congreso paraguayo que tiene autoridad para investigar crímenes ambientales.
“En total, esto representa 3.283 hectáreas de deforestación ilegal de una de las zonas boscosas más sensibles de Paraguay. Esto equivale a un cuarto de la superficie de la ciudad de Asunción, y casi 10 por ciento del total de deforestación ilegal oficialmente estimada por el Instituto Forestal Nacional (INFONA) en el Chaco durante un año. Estos actos criminales han destruido bosque que es esencial para asegurar la subsistencia de pueblos indígenas viviendo en aislamiento voluntario, como es reconocido por observadores internacionales de los derechos humanos incluso la ONU y CIDH, así como para la preservación de la historia y cultura Totobiegosode, con raíces que se remontan mucho más allá de la conquista española.”
La carta urgió al comité lanzar una investigación sobre la deforestación ilegal. En el momento de escribir este informe, no se ha recibido ninguna respuesta. Una falta de acción podría implicar responsabilidad – tanto del Estado paraguayo como de las empresas multinacionales cuya demanda impulsa la deforestación – por el exterminio de una cultura que ha prosperado durante siglos entre los bosques, pantanales y salares del corazón de Suramérica. Indicaría también que las múltiples promesas que Paraguay ha venido haciendo en el escenario internacional sobre su compromiso con la lucha contra la deforestación y la batalla para salvar el clima no son nada más sino fanfarronerías.
“Yo creo que cuando se descuida el monte, también nos descuidamos nosotros, los seres humanos en cualquier lugar del mundo. Porque a partir de allí enfrentamos un desequilibrio de la naturaleza. Desequilibramos la naturaleza y los impactos generados para nosotros mismos, los seres humanos, también la madre tierra se nos devuelva de alguna otra forma. Hoy en día hemos enfrentado grandes cambios climáticos en cualquier lugar del planeta, en algunos lugares mucha gente se enfrenta a la sequía, a la falta de agua, la falta de alimentos, o a los grandes incendios”
- Tagüide Picanerai